martes, 19 de agosto de 2008

domingo, 10 de agosto de 2008

El cuento como gran género

Entrevista a Agustín Monsreal

Por Armando Pacheco


Sería el año del 2001 cuando en la revista Navegaciones Zur, publicación del Centro Yucateco de Escritores A.C., leí un texto del maestro Agustín Monsreal; se trataba de un ensayo con relación al cuento, sus características y estructura. Posteriormente me topé con una serie de narraciones de su autoría y ya para el 2007 tuve la oportunidad de conocerlo de manera personal en un taller literario impartido en el Centro Cultural “José Martí”.

Aprovechando su estancia en Mérida la semana pasada con motivo a un taller de “minificciones”, género cultivado por él, le entrevisté, tomando en cuenta que del 8 al 17 de agosto se llevará a efecto, por iniciativa del Ayuntamiento de Mérida, una serie de actividades en homenaje a él y su obra, esto, en el marco de la XLVII Feria Municipal del Libro “Verano 2008”.

Maestro Agustín, pues se realizará un homenaje en su nombre, en el marco de la Feria del Libro de Mérida “Verano 2008. ¿Qué se siente ser homenajeado por Mérida?

Creo que es un tipo de satisfacción íntima, muy entrañable porque, ya ves que dicen, que nadie es profeta en su tierra, y en un momento dado, tener el reconocimiento, no solamente de los amigos sino también de los compañeros de trabajo, de los compañeros de oficio, de los compañeros de destino que, en un momento dado, con generosidad, con corazón amplio, reconocen el trabajo que está uno realizando. Creo que en estos casos el homenaje lleva el nombre de la persona pero en el fondo siento y creo que es el homenaje a un trabajo que se ha realizado y que en realidad, ese trabajo, es el que se merece ese homenaje.

También hace algunos años se puso un concurso a su nombre y el que ha tenido mucha respuesta. Al recibir ese otro reconocimiento ¿cómo se sintió? ¿son diferentes los momentos?

Creo que son diferentes. Lo del premio, en un momento dado, es también parte del reconocimiento al trabajo, pero yo lo tomo más como una oportunidad para la difusión del género del cuento, que es al que me he dedicado con mayor ahínco a lo largo de toda mi carrera y que es importante que se difunda por todos los obstáculos que se le ponen en ocasiones al género, en un momento dado por considerarlo, torpemente, un género menor o por creer que se trata del hermanito menor, que cuando tenga pantalones largos va a escribir novela; ese tipo de cosas que me parece importante, hay que ir deslindando y responsabilizando a cada quien de la parte que le toca. En este caso, que el cuentista no se avergüence de ser cuentista y que no tenga, a veces, la ilusoria tentación de escribir la novela porque así es como va a lograr conseguir su propósito en la literatura. Yo creo que cada género tiene sus propios alicientes, sus propios anhelos, sus propias reglas y a eso es a lo que yo siento que responde el estímulo de un premio: a la difusión, a la divulgación de un género que merece permanentemente ser considerado en su estatura correcta, esto es, en lo de un gran género literario.

¿Cómo visualiza al cuento a nivel nacional, hay mucho auge, hay muy buenos prosistas en el género?

Yo creo que a nivel nacional desde hace muchos años el cuento es un género de peso completo, es un género muy aceptado, muy utilizado -valga la expresión- o un más bien muy puesto a la disposición, al ánimo, del espíritu creador de los escritores y es un género que difícilmente vamos a encontrar a un escritor que no haya, por lo menos, intentado acercarse a este género. Entonces, tenemos grandes cuentistas en la historia de nuestra literatura. Dentro de los grandes maestros de la cuentística en habla española están los mexicanos. No podemos negar ni sus antecedentes, a grandes cuentistas como pioneros como pueden ser Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Ángel del Campos “Micrós”, en fin, todos ellos hasta ya los que cimentaron el género en su brevedad como Julio Torri, por ejemplo. Ya los grandes maestros como Arreola, Revueltas, Rulfo, ahí están, como los grandes maestros de la lengua española en el género del cuento.

Ya que entramos al relato breve o a la minificción ¿cómo es que el maestro Agustín Monsreal se introduce a este género de la brevedad?

Un poco por contagio y un poco por la admiración que le profeso a los autores como Julio Torri por ejemplo o como el propio “Micrós”, que son como mis antecedentes en la cuestión de la profunda admiración por este género. Pero también está todo el trabajo que realizó Edmundo Valadés en la revista “El cuento”, que yo creo que esa revista es el pilar de lo que hoy conocemos como cuento brevísimo, como microrelato o como minificción. Ahí está el sustento, y como tuve la fortuna en ocasiones en participar muy de cerca en la elaboración de la revista, pues fui atraído inevitablemente por el género. Las pláticas con Valadés – a propósito de la brevedad- fueron fortaleciendo el gusto, la pasión por la brevedad, además de todo el hermoso reto que significa hacer textos breves, que no todos, yo aún tengo mis dudas si todo eso que conocemos como microrelato o minicuento lo son. Yo prefiero llamarles minificción porque todo ello caen dentro el campo de la ficción y la brevedad, bueno, pues ahí le pondremos en mini, el micro o lo que queramos. Pero en realidad, para no ubicarlos en géneros precisos que tienen reglas muy específicas, como en el cuento, mejor llamarle ficciones, es más amplio e incluso a mí me parece que le da una carta de naturalización más certera en término de minificción que cualquiera de los otros.

En otro tema y abordando el caso de los talleres literarios, porque se ha entrado a la polémica de que si es bueno o malo asistir a un taller literario, de que uno se contamina o no ¿qué opinión le merece el caso de algunos compañeros que dicen que no van a un taller literario porque se contaminan o se creen autosuficientes? ¿Cuál es la aportación de un taller literario a la formación del joven escritor e incluso el que ya tiene una formación?

El taller es la profesionalización de algo que se conocía como la tertulia: la reunión de amigos en la que había el escritor con mayor experiencia, el escritor más maduro o simple y sencillamente el escritor que se había ganado el respeto de sus colegas quien presidía la mesa de la tertulia y llegaban los escritores de toda índole, leían sus cosas en el café, generalmente o en la casa de alguno de ellos. En estas reuniones se fue conformando lo que después pasó a ser el taller. Esto ya lo llevó a cabo de una manera sistemática y el que abrió las puertas fue Juan José Arreola con sus famosos talleres, no sólo en México, creo que no había talleres en otras partes hasta que se empezó a popularizar en nuestro ámbito y como venía gente, por ejemplo el exilio de los argentinos, de los paraguayos, fueron viendo que funcionaba, se lo fueron llevando para otros lugares. Yo creo que el origen es la tertulia del café. Ya entrar más formalmente, poner ciertas reglas, el tener dispositivos y claves específicos para la realización del trabajo, eso ya es lo que da el taller: sistematiza un poco o un poco mejor. Lo otro, la negativa o el desprecio, el desdén del trabajo que se realiza en el taller, es nada más un rasgo de soberbia por no querer reconocer el trabajo que se realiza en los talleres y es muy fácil en ocasiones, advertir, por medio de la escritura, el desaliño formal que se muestra en escritores ya con mucho nombre, que los puede uno tallerear y encontrar que tienen una serie de fallas, y uno dice que si hubiera pasado por un taller, es elemental que no tendrían este tipo de conflictos consigo mismo, en cuanto a la escritura. En muchas ocasiones problemas sintácticos, pobreza de vocabulario, de estructuración de un cuento, de una novela; son cosas que se pueden advertir en un trabajo de taller y que ese rasgo de soberbia, que en un momento dado se considera como la autosuficiencia puede ser tomar papeles un poco ingratos para sí mismo de parte de quienes lo practican.

Para concluir con la entrevista, qué le aconseja, hablando de Yucatán que ha tenido usted la oportunidad de dar varios talleres a lo largo, tal vez de 20 años, ¿qué le recomienda a las nuevas generaciones, a esos que tienen la intención de convertirse en creadores literarios o en escritores?

Pues más que recomendación es la sugerencia de que tengan humildad y paciencia para aprender los misterios, los secretos que nos proponen los trabajos literario; que tengan humildad y paciencia para escuchar su voz interior, para escuchar las múltiples voces de su imaginación, para escuchar las voces increíblemente, portentosas de su memoria, para que verdaderamente lleven a cabo el trabajo literario, haciendo uso de todos sus recursos, que no se atengan únicamente a lo que está a la mano o a la vista. Hay muchísimas cosas en el propio interior que son recursos riquísimos e invaluables, de los que hay que echar mano, pero que en ocasiones se desperdician o no se les hace caso por la prisa. Prisa por publicar, prisa por ser famosos, prisa porque su nombre ya esté en las carteleras. Eso llega a su tiempo. Eso es consecuencia natural del trabajo. Nadie escribe para guardarlo en el cajón. Entonces, una vez que el trabajo está realizado, que se llegó al punto en el que uno sabe que ya no se le puede hacer nada más a un texto, la propia convivencia con otros escritores, el medio, hará que las publicaciones sea la consecuencia natural del trabajo. Eso por un lado, por otro, una vez arraigado ya el oficio en el interior, una vez que forma parte del corazón de este oficio y forma parte ya de la cotidianeidad el ejercicio riguroso de escribir, entonces, empezar a ver que hay que abrir las puertas del regionalismo. Hay que tener siempre el gran orgullo de ser de donde se es, y de donde se es, es el mundo. Entonces, abrirse al mundo; en un momento dado, la gloria de campanario no sirve mucho, los grupúsculos de elogio mutuo, tampoco. Hay que procurar que nuestro trabajo se presente en distintos foros, porque así es como lo vamos a hacer crecer, así es como vamos a lograr tener una verdadera visión amplia de lo que estamos haciendo, para que también podamos aprender de otras cultura, de otras voces lejanas, y no que caigamos en la soberbia tontísima de “yo no me quiero contaminar”, “no abro las puertas para que no entren aires malos”; eso es de lo más absurdo. He llegado a conocer gente que dice que no lee para no contaminarse porque sus ideas son tan brillantes y es tan único lo que tiene que decir, que si lee se va a contaminar y se va a echar a perder. Yo creo que es exactamente todo lo contrario. Hay que abrirse para poder hacer uso de nuestra capacidad de elección y decisión con respecto a lo que hacemos, pero realizarlo con conocimiento de causa; usar nuestro libre albedrío sabiendo que ese libre albedrío a lo que nos va a llevar es a tomar elecciones y decisiones y ahí es donde hay que poner el acento. Vamos a elegir que sepamos decidir qué es lo que queremos, cómo vamos a llevar a cabo eso que queremos porque no nada más es “yo quiero escribir un cuento, una novela”, hay que saber cómo hacerlo, cómo distinguir en el caso del cuento. Para hacer un libro, cómo hacer que cada uno de los cuentos tenga su propia voz, que cuente su propia historia, que sus propios personajes estén vivos, que no sea un, allí sí, una contaminación autoral, que todos los cuentos los escribo igualitos, porque lo que quiero es “que se note mi voz, quiero que se vea, yo soy el gran autor”; eso, creo que es parte de lo que se aprende dejar atrás, en la medida en que se desarrolla esa humildad, esa paciencia, porque lo que importa en este caso es el trabajo no lo otro; no esa vanidad de vanidades que nos carcome en ocasiones y es lo que nos lleva a hacer trabajos muy perjudiciales y muy perjudicados de entrada.

lunes, 28 de julio de 2008

Un estrangulador bostoniano o la alegoría de un demente

Por Armando Pacheco


Aún puedo imaginar el seno derecho de Alma y al tipo cojo que vendía frutas y nueces, y que en un día de borrachera, luego de la compañía con las mejores prostitutas bostonianas, fue asesinado por el Estrangulador de Boston. Todavía puedo cerrar los ojos y figurarme el cuadro de Danae de Klimt: ese seno izquierdo de Danae, un planeta de mármol caliente, Danae amada por Zeus, transformado en lluvia de oro, pero ensimismada, la sexualidad femenina autosuficiente tal como exaltaba y angustiaba a Klimt. Y es que cuando se lee El Estrangulador de Manuel Vázquez Montalbán, las palabras en su conjunto mutan en cuadros, imágenes; espacios contemplativos que si uno cierra por un instante los ojos, puede transportarse a la atmósfera descrita por el autor.

Dejando atrás al famoso detective Pepe Carvalho, el escritor de La Rosa de Alejandría, nos crea una historia cuyo personaje está en un manicomio penitenciario, condenado a cadena perpetua y visitado –según el mismo Estrangulador de Boston- por psiquiatras que no dan la talla para con él. Albert Cerrato se autonombra el Estrangulador de Boston, declarándose como el responsable de una serie de asesinatos y cuyas descripciones de los personajes tomados como víctimas, hechas por el mismo psicópata, denotan la perversidad, voyeurismo y la inestabilidad mental de éste, mas no se llega a concretar la locura absoluta. Sin embargo, todas las pistas, argumentos y recreaciones verbales de Cerrato, quien también se autonombra como Albert DeSalvo: El estrangulador de Boston, de la raza de los mejores estranguladores de Boston, a lo largo de la narración se empiezan a desvanecer, lo que hace dudar al lector si en realidad es quien cometió los crímenes referidos en el relato o si acaso existieron éstos.

La novela se divide en dos partes: “Retrato del Estrangulador adolescente”, título adoptado probablemente de la obra semiautobiográfica de James Joyce, “Retrato de un artista adolescente”, y “Retrato del estrangulador seriamente enfermo”, tal vez haciendo referencia al poeta español Jaime Gil Biedma y su libro de memorias “El diario de un artista seriamente enfermo”. En el primer apartado, conformado por 25 episodios, el personaje central utiliza un lenguaje bravo, grosero, acaso satírico y grotesco al referirse a los estrangulados por él; una actitud de misoginia se desata en la personalidad de Albert Cerrato, un odio hacia la humanidad misma, hacia los psiquiatras, de todos y cada uno de los individuos conocidos por él, e incluso detesta a sus padres. Crítico de su propia historia se echa contra el mundo, citando a diversos filósofos como Ortega y Gasset, Karl Marx, Heggel, Foucault, Nietzsche, entre otros tantos. No tiene postura política alguna pero vocifera contra el Presidente del Partido Comunista de Boston a quien supuestamente mata. Su unión con una prostituta, su relación con una maestra de griego clásico y una de francés nos invita a pensar en un ser que desprecia a la mujer, no así el deseo de fornicar. Alma se convierte en su constante obsesión por la hermosura del pecho del lado derecho y sus curvas. En la primera parte del libro no hay duda que se trata de un psicópata estrangulador, de un sujeto inteligente que desprecia el orbe que le ha tocado vivir desde la infancia y que aborrece recordar que su madre destacaba su sonrisa de niño. Con relación al estilo narrativo, Manuel Vázquez Montalbán nos ofrece una especie de ensayo literario predominante y hecho a través del personaje, sin embargo, la característica de novela se conserva en todo momento; existe una relación intrínseca en la historia a través de los episodios o capítulos.

La segunda parte del libro abre otra posibilidad de interpretación para el lector. Aquí el acusado a cadena perpetua es más mesurado en su lenguaje y acepta a un psiquiatra lacaniano argentino para su tratamiento. Le han creado una familia: una esposa y tres hijos. Durante la narración, el supuesto Estrangulador de Boston empieza a recibir visitas de las personas a las que él, supuestamente había matado, lo que hace dudar al lector de lo descrito en el primer apartado del libro. Se nos revela que la condena surgió por el asesinato de sus padres y de una vecina de los apartamentos donde vivía de adolescente. Anexado a los 14 episodios que comprenden esta segunda parte, hay un informe del perfil psicológico de Albert Carreto donde se empiezan a abrir algunas dudas que el lector pudo haber tenido en los anteriores capítulos, sin embargo, una especie de epílogo nos hace dudar si el informe fue escrito por el psiquiatra lacaniano argentino o por el mismo Carreto, o si acaso existió el primero.

Una novela sin duda inquietante y compleja, con un lenguaje que denota el conocimiento de Manuel Vázquez Montalbán en diversas disciplinas del arte, la cultura, política, psicología y sobre todo de la literatura; incluye en “El Estrangulador”, poemas de su autoría, canciones del folclore argentino y un fragmento de Aullido, de Alen Ginsberg. Reconocida por la crítica literaria como una de las mejores novelas escritas en lengua castellana “El Estrangulador”, antecesora a otra gran obra del escritor español, Quinteto de Buenos Aires, sumerge al lector de inicio a fin, se mete al subconsciente y hace reflexionar del tiempo contemporáneo, no importando que los personajes reales –Hillary Clinton o Juan Pablo II, entre otros- ya hayan pasado a la historia.

jueves, 19 de junio de 2008

En torno a una polémica literaria

Por Armando Pacheco

Pareciera ser que los procesos culturales del estado de Yucatán deben estar condicionados a las instituciones y no al talento artístico y/o creativo de los involucrados al desarrollo del tema que nos ocupa. Considero que se torna temerario el sólo mencionar que las áreas del arte pueden avanzar o rezagarse por la intervención de una asociación, grupo artístico o colectivo. Todo esto viene a propósito de un artículo publicado en días pasados, cuando quien escribe se encontraba como invitado en la ciudad de Morelia, en el estado de Michoacán, en el Tercer Encuentro Nacional de Letras Independientes, organizado por el colectivo Paracaídas.

En un intento por periodismo de opinión, el joven escritor Cristian Núñez, dejando al descubierto su poco conocimiento de la historia literaria en la entidad y mostrando a su vez el coraje que le causa no publicar en la revista Navegaciones Zur, hoy por hoy reconocida en todo el país por la comunidad literaria, se dedicó a despotricar contra los integrantes de la asociación civil Centro Yucateco de Escritores (CYE) que días antes se habían opuesto a una de las cláusulas de la convocatoria de la Bienal de Literatura; dicho apartado de la convocatoria, en vez de darle una seriedad al certamen, estaba atentando contra aquellos escritores que ven en la literatura un oficio y no un momento de ocio o “inspiración divina”.

Núñez, que estaba de espectador en la supuesta presentación de la convocatoria de los Premios de Literatura 2008-2009, se hallaba sentado, si no mal recuerdo, en la tercera fila de la Cineteca Nacional del Cine-Teatro Mérida, en compañía de los también jóvenes escritores, Juan Estaban Chávez, Joaquín Peón y Ricardo E. Tatto; sus compañeros de generación. Cristian Núñez, en el momento de la polémica suscitada aquel lunes lluvioso, nunca dio muestras de involucrarse al diálogo y/o discusión que se originó, tal vez porque sabía que existen personas que le ofrecen espacios alternativos para lanzar sus discursos a la opinión publica; sin embargo, considero que en su texto, publicado en Unas Letras, peca de inocente –o acaso de ignorante-, en lo referente a redactar un texto periodístico.

Lo anterior lo menciono porque, quién le dijo al joven escritor que por libertad de expresión se puede uno pasar de alto el respeto hacia las personas, que de alguna manera, se han ganado éste por su trabajo y su permanencia en el ámbito al que se le relacione. Y cito: “[…llegó la interrupción de Jorge Lara Rivera, del Centro Yucateco, quien puso en tela de juicio el carácter secreto del concurso, si parte de la obra se había dado a conocer…] [ante la insistencia de Lara…] […Hay mayores motivos de escándalo, ciertamente, y la razón no puede tenerla un escritor cuyo grupo ha frenado por muchos años el avance de la literatura en Yucatán…] […Yo, sentado en la tercera fila con algunos compañeros (Joaquín Peón Iñiguez, Ricardo E. Tatto, Juan Esteban Chávez) me daba cuenta que las intromisiones de Lara eran producidas por el temor, no sólo de él, sino de todos los escritores de su grupo, de perder presencia y, por consiguiente, posibilidades de echarse a la bolsa el dinero y el supuesto prestigio de algún premio local…]”. Fin de cita.

Creo que hay que recordarle a este escritor en proceso, que su derecho a opinar y el ejercicio periodístico debe de ir de la mano con el respeto y conocimiento. Así, el mismo Cristian Núñez se destapa como un individuo que no está enterado de los procesos literarios anteriores a su época. Para hacer un recordatorio, -y quien lo desee puede realizar un trabajo de investigación al respecto-, a inicios de los noventas, quienes hoy son miembros fundadores del CYE hicieron propuestas independientes que hoy son reconocidas a nivel nacional y atrévome a decir que hasta internacionalmente, como Ediciones Zur y la revista Navegaciones Zur; una de las personas involucradas en este episodio de la historia de la literatura yucateca es el poeta y maestro Jorge Lara Rivera, por lo cual, en lo particular, considero que tutear, e incluso en un texto de opinión, a una persona con trayectoria como la del escritor Jorge Lara es incorrecto, toda vez que no se tiene ni siquiera una tercera parte del camino recorrido del poeta Jorge Lara Rivera.

Dejando a un lado este hecho, enfatizar que las intromisiones son producto de temor por perder presencia, quiero, también de manera particular, precisar que los integrantes del CYE no carecen de presencia ni en el estado, ni en el país, ni fuera de éste. Ejemplos son muchos: se tiene presencia de la revista Navegaciones Zur a nivel nacional e internacional; muchos de sus integrantes, de manera individual, comparten mesa con escritores de trascendencia nacional e internacional; han publicado en antologías, revistas y editoriales importantes; y por si fuera poco, el escritor Adán Echeverría realiza un trabajo que tiene a la expectativa a los creadores literarios de México: me refiero al Mapa Poético de México. Si esto no es tener presencia yo le preguntaría al compañero Núñez ¿qué es para él tener presencia en el medio literario? De los premios, ni hablar, porque causa la envidia de los demás y críticas mal fundadas sin conocer el trabajo de los ganadores e incluso a éstos.

Afirmar que un grupo de escritores ha frenado el desarrollo de la literatura en Yucatán es una declaración, en mi opinión, irresponsable. Si romper con estructuras tradicionales, abordar temáticas que en el pasado causaron el estupor en una sociedad arraigada a la doble moral, buscar en la disciplina el perfeccionamiento de propuestas literarias; tomar a la literatura como oficio y no “inspiración divina”, realizar proyectos de promoción literaria y cultural, mediante la edición, lecturas y talleres, es causarle al desarrollo literario un daño, pues que así sea, preferible a aplaudir trabajos que carecen de calidad, seriedad y disciplina, lo que sería, en pocas palabras, textos mediocres.

El mismo Cristian Núñez manifiesta que el CYE no ha dado cabida a que, personas como él, participen en actividades promovidas por los integrantes de la “bien amada” asociación de creadores literarios de Yucatán. Y cito: No hay vergüenza, ninguno de estos escritores – por referirse al Centro Yucateco de Escritores- le ha permitido a los independientes participar de buena fe en sus actividades y procesos de difusión, premiación y reivindicación de la literatura local. A estas alturas, ya se han marcado distancias, ya no se necesita de ellos. Algunos hemos logrado trabajar por cuenta propia, sin ensuciarnos las manos. Sigue sorprendiendo que aún con todos esos privilegios las quejas persistan. Y después hablan de honestidad, cuando son quienes menos honestidad tienen para trabajar.

El joven escritor habla como si quienes realizan obra literaria y forman parte del Centro Yucateco de Escritores, recibieran sueldo de las instituciones para la creación, publicación y difusión de sus obras o estuviesen en la nómina del Instituto de Cultura de Yucatán por crear; se manifiesta como independiente, olvidando que todo individuo trabaja por su cuenta y que los talleres literarios sirven para acrecentar las herramientas que permiten, en algún momento, mejorar la propuesta que se quiere realizar; insinúa que los escritores de la asociación civil, varias veces mencionada en este texto, se han ensuciado las manos –y aquí hago un paréntesis-: ¿cómo? ¿de qué manera y con qué fundamentos este joven escritor argumenta que los del CYE se han manchado las manos? Habremos de esperar el fin de esta administración para saber si no sus propias palabras pueden causarle eco y su hasta ahora presumida limpidez laboral-literaria no se torna grisácea. Considero que tiene a su favor de la buena fe de los escritores del CYE por no confrontarlo en una instancia legal por estos argumentos tan temerarios.

Para terminar con este texto de opinión y a título personal creo necesario dejar en claro lo siguiente: Quienes conformamos el CYE no buscamos el reconocimiento de quienes carecen de trayectoria y criterios relacionados con las letras, tampoco pretendemos caerle bien a toda la comunidad literaria, ni ser admirados por jóvenes que no buscan el compromiso con la literatura y el avance de la misma. El CYE comparte su buena fe con quienes deseen acudir a su taller literario los lunes a partir de las nueve de la noche en la Casa de la Cultura del Mabay (63 con 66 y 66, centro de la ciudad de Mérida), tomando en cuenta que es un taller de escritores para escritores y que se comparten opiniones con relación a los textos; abrimos nuestras páginas literarias a quienes muestren el compromiso por el arte de escribir y buscamos la convivencia y el avance de las letras yucatecas.

Por último, si se cree que el CYE está debilitado, debo confesar que existe un gran número de jóvenes que están a punto de dar a conocer sus trabajos al mundo literario; jóvenes que trabajan con disciplina y no se quejan por observaciones meramente literarias; muchachos y muchachas que creen en el compromiso con la palabra y no pecan de soberbios principiantes o protagonistas de las letras locales. Una nueva generación de escritores en proceso que confían en quienes tienen trayectoria.