Por Armando Pacheco
Sería el año del 2001 cuando en la revista Navegaciones Zur, publicación del Centro Yucateco de Escritores A.C., leí un texto del maestro Agustín Monsreal; se trataba de un ensayo con relación al cuento, sus características y estructura. Posteriormente me topé con una serie de narraciones de su autoría y ya para el 2007 tuve la oportunidad de conocerlo de manera personal en un taller literario impartido en el Centro Cultural “José Martí”.
Aprovechando su estancia en Mérida la semana pasada con motivo a un taller de “minificciones”, género cultivado por él, le entrevisté, tomando en cuenta que del 8 al 17 de agosto se llevará a efecto, por iniciativa del Ayuntamiento de Mérida, una serie de actividades en homenaje a él y su obra, esto, en el marco de
Maestro Agustín, pues se realizará un homenaje en su nombre, en el marco de
Creo que es un tipo de satisfacción íntima, muy entrañable porque, ya ves que dicen, que nadie es profeta en su tierra, y en un momento dado, tener el reconocimiento, no solamente de los amigos sino también de los compañeros de trabajo, de los compañeros de oficio, de los compañeros de destino que, en un momento dado, con generosidad, con corazón amplio, reconocen el trabajo que está uno realizando. Creo que en estos casos el homenaje lleva el nombre de la persona pero en el fondo siento y creo que es el homenaje a un trabajo que se ha realizado y que en realidad, ese trabajo, es el que se merece ese homenaje.
También hace algunos años se puso un concurso a su nombre y el que ha tenido mucha respuesta. Al recibir ese otro reconocimiento ¿cómo se sintió? ¿son diferentes los momentos?
Creo que son diferentes. Lo del premio, en un momento dado, es también parte del reconocimiento al trabajo, pero yo lo tomo más como una oportunidad para la difusión del género del cuento, que es al que me he dedicado con mayor ahínco a lo largo de toda mi carrera y que es importante que se difunda por todos los obstáculos que se le ponen en ocasiones al género, en un momento dado por considerarlo, torpemente, un género menor o por creer que se trata del hermanito menor, que cuando tenga pantalones largos va a escribir novela; ese tipo de cosas que me parece importante, hay que ir deslindando y responsabilizando a cada quien de la parte que le toca. En este caso, que el cuentista no se avergüence de ser cuentista y que no tenga, a veces, la ilusoria tentación de escribir la novela porque así es como va a lograr conseguir su propósito en la literatura. Yo creo que cada género tiene sus propios alicientes, sus propios anhelos, sus propias reglas y a eso es a lo que yo siento que responde el estímulo de un premio: a la difusión, a la divulgación de un género que merece permanentemente ser considerado en su estatura correcta, esto es, en lo de un gran género literario.
¿Cómo visualiza al cuento a nivel nacional, hay mucho auge, hay muy buenos prosistas en el género?
Yo creo que a nivel nacional desde hace muchos años el cuento es un género de peso completo, es un género muy aceptado, muy utilizado -valga la expresión- o un más bien muy puesto a la disposición, al ánimo, del espíritu creador de los escritores y es un género que difícilmente vamos a encontrar a un escritor que no haya, por lo menos, intentado acercarse a este género. Entonces, tenemos grandes cuentistas en la historia de nuestra literatura. Dentro de los grandes maestros de la cuentística en habla española están los mexicanos. No podemos negar ni sus antecedentes, a grandes cuentistas como pioneros como pueden ser Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Ángel del Campos “Micrós”, en fin, todos ellos hasta ya los que cimentaron el género en su brevedad como Julio Torri, por ejemplo. Ya los grandes maestros como Arreola, Revueltas, Rulfo, ahí están, como los grandes maestros de la lengua española en el género del cuento.
Ya que entramos al relato breve o a la minificción ¿cómo es que el maestro Agustín Monsreal se introduce a este género de la brevedad?
Un poco por contagio y un poco por la admiración que le profeso a los autores como Julio Torri por ejemplo o como el propio “Micrós”, que son como mis antecedentes en la cuestión de la profunda admiración por este género. Pero también está todo el trabajo que realizó Edmundo Valadés en la revista “El cuento”, que yo creo que esa revista es el pilar de lo que hoy conocemos como cuento brevísimo, como microrelato o como minificción. Ahí está el sustento, y como tuve la fortuna en ocasiones en participar muy de cerca en la elaboración de la revista, pues fui atraído inevitablemente por el género. Las pláticas con Valadés – a propósito de la brevedad- fueron fortaleciendo el gusto, la pasión por la brevedad, además de todo el hermoso reto que significa hacer textos breves, que no todos, yo aún tengo mis dudas si todo eso que conocemos como microrelato o minicuento lo son. Yo prefiero llamarles minificción porque todo ello caen dentro el campo de la ficción y la brevedad, bueno, pues ahí le pondremos en mini, el micro o lo que queramos. Pero en realidad, para no ubicarlos en géneros precisos que tienen reglas muy específicas, como en el cuento, mejor llamarle ficciones, es más amplio e incluso a mí me parece que le da una carta de naturalización más certera en término de minificción que cualquiera de los otros.
En otro tema y abordando el caso de los talleres literarios, porque se ha entrado a la polémica de que si es bueno o malo asistir a un taller literario, de que uno se contamina o no ¿qué opinión le merece el caso de algunos compañeros que dicen que no van a un taller literario porque se contaminan o se creen autosuficientes? ¿Cuál es la aportación de un taller literario a la formación del joven escritor e incluso el que ya tiene una formación?
El taller es la profesionalización de algo que se conocía como la tertulia: la reunión de amigos en la que había el escritor con mayor experiencia, el escritor más maduro o simple y sencillamente el escritor que se había ganado el respeto de sus colegas quien presidía la mesa de la tertulia y llegaban los escritores de toda índole, leían sus cosas en el café, generalmente o en la casa de alguno de ellos. En estas reuniones se fue conformando lo que después pasó a ser el taller. Esto ya lo llevó a cabo de una manera sistemática y el que abrió las puertas fue Juan José Arreola con sus famosos talleres, no sólo en México, creo que no había talleres en otras partes hasta que se empezó a popularizar en nuestro ámbito y como venía gente, por ejemplo el exilio de los argentinos, de los paraguayos, fueron viendo que funcionaba, se lo fueron llevando para otros lugares. Yo creo que el origen es la tertulia del café. Ya entrar más formalmente, poner ciertas reglas, el tener dispositivos y claves específicos para la realización del trabajo, eso ya es lo que da el taller: sistematiza un poco o un poco mejor. Lo otro, la negativa o el desprecio, el desdén del trabajo que se realiza en el taller, es nada más un rasgo de soberbia por no querer reconocer el trabajo que se realiza en los talleres y es muy fácil en ocasiones, advertir, por medio de la escritura, el desaliño formal que se muestra en escritores ya con mucho nombre, que los puede uno tallerear y encontrar que tienen una serie de fallas, y uno dice que si hubiera pasado por un taller, es elemental que no tendrían este tipo de conflictos consigo mismo, en cuanto a la escritura. En muchas ocasiones problemas sintácticos, pobreza de vocabulario, de estructuración de un cuento, de una novela; son cosas que se pueden advertir en un trabajo de taller y que ese rasgo de soberbia, que en un momento dado se considera como la autosuficiencia puede ser tomar papeles un poco ingratos para sí mismo de parte de quienes lo practican.
Para concluir con la entrevista, qué le aconseja, hablando de Yucatán que ha tenido usted la oportunidad de dar varios talleres a lo largo, tal vez de 20 años, ¿qué le recomienda a las nuevas generaciones, a esos que tienen la intención de convertirse en creadores literarios o en escritores?
Pues más que recomendación es la sugerencia de que tengan humildad y paciencia para aprender los misterios, los secretos que nos proponen los trabajos literario; que tengan humildad y paciencia para escuchar su voz interior, para escuchar las múltiples voces de su imaginación, para escuchar las voces increíblemente, portentosas de su memoria, para que verdaderamente lleven a cabo el trabajo literario, haciendo uso de todos sus recursos, que no se atengan únicamente a lo que está a la mano o a la vista. Hay muchísimas cosas en el propio interior que son recursos riquísimos e invaluables, de los que hay que echar mano, pero que en ocasiones se desperdician o no se les hace caso por la prisa. Prisa por publicar, prisa por ser famosos, prisa porque su nombre ya esté en las carteleras. Eso llega a su tiempo. Eso es consecuencia natural del trabajo. Nadie escribe para guardarlo en el cajón. Entonces, una vez que el trabajo está realizado, que se llegó al punto en el que uno sabe que ya no se le puede hacer nada más a un texto, la propia convivencia con otros escritores, el medio, hará que las publicaciones sea la consecuencia natural del trabajo. Eso por un lado, por otro, una vez arraigado ya el oficio en el interior, una vez que forma parte del corazón de este oficio y forma parte ya de la cotidianeidad el ejercicio riguroso de escribir, entonces, empezar a ver que hay que abrir las puertas del regionalismo. Hay que tener siempre el gran orgullo de ser de donde se es, y de donde se es, es el mundo. Entonces, abrirse al mundo; en un momento dado, la gloria de campanario no sirve mucho, los grupúsculos de elogio mutuo, tampoco. Hay que procurar que nuestro trabajo se presente en distintos foros, porque así es como lo vamos a hacer crecer, así es como vamos a lograr tener una verdadera visión amplia de lo que estamos haciendo, para que también podamos aprender de otras cultura, de otras voces lejanas, y no que caigamos en la soberbia tontísima de “yo no me quiero contaminar”, “no abro las puertas para que no entren aires malos”; eso es de lo más absurdo. He llegado a conocer gente que dice que no lee para no contaminarse porque sus ideas son tan brillantes y es tan único lo que tiene que decir, que si lee se va a contaminar y se va a echar a perder. Yo creo que es exactamente todo lo contrario. Hay que abrirse para poder hacer uso de nuestra capacidad de elección y decisión con respecto a lo que hacemos, pero realizarlo con conocimiento de causa; usar nuestro libre albedrío sabiendo que ese libre albedrío a lo que nos va a llevar es a tomar elecciones y decisiones y ahí es donde hay que poner el acento. Vamos a elegir que sepamos decidir qué es lo que queremos, cómo vamos a llevar a cabo eso que queremos porque no nada más es “yo quiero escribir un cuento, una novela”, hay que saber cómo hacerlo, cómo distinguir en el caso del cuento. Para hacer un libro, cómo hacer que cada uno de los cuentos tenga su propia voz, que cuente su propia historia, que sus propios personajes estén vivos, que no sea un, allí sí, una contaminación autoral, que todos los cuentos los escribo igualitos, porque lo que quiero es “que se note mi voz, quiero que se vea, yo soy el gran autor”; eso, creo que es parte de lo que se aprende dejar atrás, en la medida en que se desarrolla esa humildad, esa paciencia, porque lo que importa en este caso es el trabajo no lo otro; no esa vanidad de vanidades que nos carcome en ocasiones y es lo que nos lleva a hacer trabajos muy perjudiciales y muy perjudicados de entrada.
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